Joaquín
Collado

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JOAQUÍN COLLADO. Me llamo Joaquín. Tengo 33 años. Me dedico a la danza y la creación desde hace ya unos años largos. Comencé dibujando y estudiando artes plásticas, después me pasé al teatro de texto y estudié  dos años en la ESAD de Valencia. Con 16 años empecé a bailar bailes de salón y danzas urbanas, y caí en la danza contemporánea por afinidad. Siempre me interesó la pedagogía y actualmente imparto clases de improvisación y composición en escuelas privadas de Barcelona. Acabé mi licenciatura en análisis en danza en la universidad Vincennes Saint-Denis de París. Me interesa la escritura sobre la danza, el cuerpo y la coreografía. Con mi propia práctica coreográfica, exploro procedimientos para alterar y expandir los contornos del cuerpo y la danza, con la motivación de acoger otras múltiples corporalidades que existen en la esfera de lo espacial, lo monstruoso y lo poético. Me interesa especialmente ensanchar la imaginación del que mira y emborronar las fronteras de géneros. Actualmente estoy cursando el máster CRIC en la UB. Vengo de un pueblo de Albacete. Allí coordino un festival de danzas y bailes desde hace 4 años que se llama Paisaje. Me sigue apasionando bailar. A través de mis trabajos, me he relacionado con estructuras como La Caldera centro de danza de Barcelona, Graner - centro de danza y artes vivas de Barcelona, el Mercat de les Flors, la Bienal de danza de Venecia, Théâtre de Vanves y Festival Artdanthé, La Briqueterie CDCN, festival Grec de Barcelona, festival Dansa-Valencia, festival Temporada Alta de Girona y la Quincena Metropolitana de la danza de Barcelona, entre otros.

 

2025
Residencia de creación

Yo florencio

Carta de Un baile-sin-terminar.

A los 13 años yo también sentía una urgencia desesperada por acabar un cuerpo que, lejos de mostrarse confuso y sospechoso, anunciase una certeza ante la mirada del otro. No obstante, el cuerpo que yo trataba de obrar no tenía buena recepción del público. Dadas las malas críticas y abucheos, tuve que darle un giro al guión y adaptarlo a los requerimientos del lugar. No fue tarea fácil. Tras varios ajustes y tachones, fui adivinando la corporalidad que se esperaba que fuera. Las otras posibles solo en los descansos me visitan, habían adquirido grandes poderes para pasar desapercibidas. Eran vergonzosas, monstruosas y... ¿O eso pensaba yo? Quizá lo que yo veía era aquello vergonzoso que los de fuera proyectaban en mí. ¡Pobre de mí! Yo me lo creí. A diferencia de los que caminan serios y en línea recta, sabiendo muy bien quiénes son y a dónde van, yo andaba cuerpo oblicuo, mirada diagonal, rodillas giradas. Y claro, luego estaba la lengua. De la palabra, ya ni hablar. El ejercicio de la identidad era difícil a esa edad; (también lo es ahora). Si Idem viene a decir “idéntico a sí mismo”, entonces, ¿yo es igual a yo? Y si no hay Un yo esencial, ¿quiénes son yo? Qué fastidio eso de tú así y tú asá, y tú esto y tú aquello. Primero me esforcé por ser algo muy estrecho para que, si acaso, los de afuera tuviesen bien claro qué era. ¿No es eso pretender fijar algo que está en un continuo nacer, brotando, florenciando? Al tiempo esas fijezas del ser comenzaron a provocarme rozaduras en las rodillas, en los codos y en algunas otras partes del cuerpo. (Todavía me sigue pasando a veces). El esfuerzo por lo estrecho venía del imperativo de ser medible, cuerpo mesurable para los actos del habla. Obviamente, mi anchura excedía su campo de visión. Yo todavía no sabía verlo; en ese momento no sabía mirarlo. Qué diferente sería hoy si esa potencia no hubiese sido castrada, contenida. ¿O no? ¿Acaso todo lo reprimido no acaba siempre encontrando su salida? Hoy es hoy. Yo es hoy. ¡Oye! Tenemos que ponernos las pilas; desde fuera nos piden explicaciones. Este gesto así no, mejor así, de mano-rey. Ese otro de ahí hay que seguir ensayándolo; girar la cabeza tan suave no produce el espanto que debería. Los gritos, mejor de otra manera, o bueno, no… Estréchalos hasta casi no escuchar… O bueno, no, gritos, no. Pero, ¿cómo hacer? ¿Cómo saber qué era si no conocía todas las cosas que podía ser? Y, aun conociendo todas las cosas que puedo ser, ¿por qué ser solo una? Qué fastidio eso de decidir. Je suis d’une espèce qui n’est (pas) (jamais) (encore) arrivée. Esta frase de Hélène Cixous ha marcado mi cuerpo como un tatuaje. Nombra lo que vengo siendo. El cuerpo de los 13 años estaba blando y duro a la vez. Tenía ya los contornos bien subrayados; por fuera iba de pan duro, pero por dentro no era más que pan mojado. (No creáis que la cosa ha cambiado mucho). Pero pronto me convencí de ser algo, o alguien. Tuve que hacerlo. En todo caso, era Uno, un ser de apariencia humana, que asume que ser Uno es tener un único nombre y caminar de cierta manera, sentarse de cierta manera, vestirse de cierta manera. Qué alivio… ¿Qué alivio? Hacer amigos suponía eso. Pertenecer a un grupo, formar parte de la conversación, participar ahí donde el reconocimiento del otro hace que yo exista era la empresa de cada día. También la angustia. ¡Ey! Tu mirada me completa, conforma lo que estoy por ser, a cada rato, a cada instante. Amiga, amigo, dime: ¿qué ves? ¿qué ves? ¿qué soy? ¿soy igual que tú, que ella, que él? Sin embargo, el caminito de migas que iba dejando sabía bien lo que hacía. Si bien el pan lo compramos mayormente en barra, sabemos que las formas en las que puede devenir son muchas, múltiples. Y sí, el pan sigue siendo pan, pero ¿no es la identidad acaso un juego de identificaciones? Jouer en francés es jugar y performar. Ala. Ea. Fíjate, si es que yo tenía que ser bailarínrín contorsionista, sino, ¿cómo respirar suave en ese pueblo? Mi cuerpo-pueblo fracasó en el intento de ser Uno. Obvio. Poblado inevitablemente de muchos, me vi en una buena trifulca con los de dentro y con los de fuera. Pasaron los meses, los años. Los de fuera dicen que soy una cosa, que tengo los brazos fuertes, pero vete tú a saber. En cuanto a los de dentro, ahora está mejor la cosa, hacemos comisiones, nos organizamos. ¿Qué tal? ¿Cómo vas? Vamos siendo. Ya no autorizamos tan fácilmente a los de fuera cuando nos dicen siéntate así, o come asá. ¿Quiénes son yo? Somos el maravilloso baile sin-terminar. ¡Encantado! ¡Inacabado! Es así. Punto final…

 

Yo florencio no es Un solo de danza. Tampoco es un relato autobiográfico y mucho menos un retrato de alguien inventado. ¡No se me ocurriría! Es danza, eso sí. Pero tampoco es solo Una. El Yo marca una unidad, pero siempre engañosa, nunca creíble. En todo caso, es una singularidad cualsea. Florencio es un nombre, pero aquí también ES verbo. (Aunque en este baile no os fies del verbo Ser). Florenciar. Yo florencio. Tú florencias. Ella florencia. Solo es posible florenciar desde varios lugares de mira. Es una lectura contrastada de múltiples gestos, bailes y corporalidades. Es cierto que el lugar de enunciación es uno, Un cuerpo cualsea, pero de verdad os digo, nada fiable, siempre fugitivo. Ensayar este baile-sin-terminar es florenciar entre unas que han sido y este que viene siendo. El resto está por venir. Ensayar es repetir pero diferente. Florenciar es casi como diferenciar. Es un baile de mímica, pero no mimo nada. No digo nada, no represento nada. Un mimo que no mima. Bailo solo-con y muevo las manos. Voilà. Pero aquí bailar es florenciar. Entonces todo nacer. Florenciar también es torsionar los contornos para alterar el sentido. Sin embargo, todo es significante, no hay significado. Aunque aquí la forma es contenido. Yo florencio es un proyecto de baile, de bailar, sin más. Bastante superficial. Es también un manifiesto. Yo manifiesto que soy bailarínrín-contorsionista-mimo y que bailo. Ya está. Así es. Punto final…

2017
Residencia de creación

Nereo ahogándose

<Hay mucha esperanza, pero no para nosotros> Franz Kafka

Un pez en pleno fenómeno migratorio del océano al río alto, con el objetivo de desovar para morir, es expulsado del cauce del río por un choque de olas, y queda tumbado en la orilla, aleteando, a unos cuantos metros del agua. 

Durante la residencia, el objetivo de trabajo será la investigación sobre el movimiento puro, encontrar nuevas fronteras en base a la linea del trabajo y lenguaje que vengo desarrollando, tanto en esta propuesta coreográfica como en anteriores. Encontrar, ahondando, el movimiento que me es más propio.